La capacidad de relacionarse y conectar con otras personas es un rasgo fundamental de los seres humanos, especialmente para crear grupos que comparten metas, ideas y creencias en común. Para todos los aspectos de la vida, es imperativo que estos lazos sean fuertes entre las personas que nos rodean: nuestra familia, nuestras comunidades, nuestros colegas.

Si no aprendemos a conectar con los demás —disfrutando sus alegrías cuando las cosas van bien y apoyándolos cuando éstas van mal— lo más probable es que nuestras vidas se vuelvan vacías. Más que la habilidad de “sentir el dolor de los demás”, la compasión es una inclinación de empatía para ayudar a los otros a salir de sus problemas, una poderosa sensación de conmiseración con el dolor del otro, que a veces es tan fuerte que impide actuar o superar este estado emocional abrumador.

Debemos ser compasivos con los demás, pero también con nosotros mismos; lo que significa que debemos reconocer que el sufrimiento nos aqueja a todos y que no es nuestro papel tomar esa carga emocional como si fuera nuestra. Esto solo provoca que nos ahoguemos en la miseria del mundo sin aprender a desarrollar una manera correcta de responder ante la pena.

La compasión es ayudar al otro a descubrir que el momento que está atravesando no es permanente y que existen medidas o alternativas para aliviar su dolor. Actuar así crea lazos fuertes entre nosotros y las personas que nos rodean. Al esforzarnos a practicar la compasión a menudo se disminuye el poder de nuestro ego porque nos volvemos más conscientes sobre los sentimientos y las perspectivas de los otros, no solo de lo nuestro. Además, si somos compasivos, lo más probable es que estemos rodeados de gente también compasiva que nos ayudará en los momentos difíciles.